Resumen de la sesión del Curso de Psicoanálisis de la Bibilioteca del Camp Freudiano de Tarragona, realizada el dia 9 de febrero de 2015
Este título remite a una conferencia de Freud, de la serie las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, escritas en 1932. Esas nuevas conferencias retoman otras anteriores, las Conferencias de introducción al psicoanálisis que habían sido impartidas en 1916. Freud se dirige a un público amplio, a un público de no analistas, pero esta vez con la particularidad que no fueron un discurso hablado, porque en ese momento Freud tiene un cáncer de mandíbula y no podía hablar. De modo que en verdad son escritos, aunque mantienen el tono y la retórica oral.
En la primera serie de conferencias habla de la angustia solamente. Pero en esta segunda añade algo más, añade las pulsiones, y no como un simple añadido, sino porque si la angustia tiene que ver con algo es con lo que llama la vida pulsional.
¿Qué conexión hay entre la angustia y las pulsiones? Ambas expresan algo de la condición humana más allá de una existencia vital, aquello que nos recuerda que no estamos en el mundo animal, y que nos hace saber que nos encontramos en un punto que se nos escapa. Por eso Freud sostiene que se trata de los problemas más difíciles que se nos plantean en la experiencia analítica, al mismo tiempo que son los fenómenos más frecuentes y familiares que suscitan interrogantes.
La angustia, puede ser esa inquietud que nos asalta por las mañanas, una ligera opresión en el pecho o en la boca del estómago, sentirse a punto de caer fulminado por un síncope o tener la impresión de estar volviéndose loco. Con la pulsión estamos en la manifestación de un ¡no puedo dejar de hacer tal cosa!, por ejemplo no poder resistirse a comer más de lo debido; por lo que se trata de un hacer, un actuar, hasta el punto que implica gobernar una vida.
La angustia y las pulsiones involucran el cuerpo, pero no es el cuerpo de la biología como cuerpo somático o cuerpo neuronal, donde la angustia puede ser tomada como un trastorno, un error de percepción o perturbación del sistema nervioso que se prefiere denominar ansiedad. O, por lo que hace a la vida pulsional es entendida como correlato del instinto, fuerza irracional que se intenta dominar por medios como la educación de lo que se llama estilos de vida.
Por otra vía, el psicoanálisis nos dice que se trata de un puro afecto que sólo puede ser captado como extraño, por el hecho que aparece desconectado de toda representación. Hay un cortocircuito entre el afecto y su representación. Una experiencia absolutamente individual y subjetiva que atenta contra nuestro equilibrio, pero que no deja de concernirnos en lo más íntimo de nuestro ser. Su tratamiento pasa por el esfuerzo de intentar reconocer su causa y qué nos está queriendo decir de aquello que desconocemos de nosotros mismos, que no es otra cosa que el inconsciente.
Estas nociones se encuentran ampliamente interrelacionadas con el concepto de real introducido por Lacan. Con la noción de real, como función opuesta a la del significante, Lacan va a decir que eso ante lo cual la angustia opera es para el hombre algo “necesario”, es del orden de lo irreductible de ese real.
Dos teorías de la angustia
En la Conferencia 32 Freud se refiere a la diferencia entre “angustia realista” y “angustia neurótica”. La primera es una reacción que nos parece lógica en relación a un peligro exterior. Es un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz, a partir de la que se desarrolla la reacción de angustia, como respuesta a un peligro concreto. A este tipo de angustia la llamamos miedo.
Por su parte, la angustia neurótica, que es la que verdaderamente le interesa a Freud, la pone en relación con ciertos cuadros clínicos diciendo que encuentra tres clases de constelaciones. Primero, un estado de angustia libre, pronta a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja (angustia expectante). Segundo, ligada a contenidos de representación en las fobias, donde hay un vínculo con un peligro externo, pero la angustia es desmedida. Tercero, la angustia en la histeria, que acompaña a síntomas o emerge independientemente como ataque o como estado de prolongada permanencia, sin que se descubra fundamento en un peligro exterior.
En todos estos casos la pregunta es ¿A qué se le tiene “miedo” en la angustia neurótica? Freud tiene un esquema en un primer momento que es un esquema energético, donde la libido se distribuye por las instancias psíquicas; es una energía que puede conectarse con el inconsciente. Freud concluye que la angustia es una transmudación de la libido no aplicada: es decir, que ha obrado la represión sobre una moción de deseo, y que el monto de energía psíquica o libido ligada a esa representación reprimida -que necesariamente debe ser descargado- pasa a la conciencia como angustia. En esto Freud concluye que a “aquello a lo cual se tiene miedo es, evidentemente, la propia libido. La diferencia con la situación de la angustia realista reside en dos puntos: que el peligro es interno en vez de externo, y que no se discierne conscientemente”.
La segunda teoría de la angustia viene a raíz de profundizar en la descripción del aparato psíquico y los conceptos de principio de placer y displacer, así como las nociones de pulsión de vida y pulsión de muerte. Se referirá a la posición especial que tiene el sistema Consciente, que también recibe los estímulos que proceden del interior pero tratándolos como si fueran externos.
A partir de la diferenciación de los tres sistemas de la segunda tópica, se produce un giro fundamental ya que sostiene que el Yo es la única sede de la angustia. Ya no se trata de que la libido reprimida se descarga como angustia sino de que la angustia parte del Yo. Con esta nueva orientación ha pasado también a primer término la función de la angustia como señal anunciadora de una situación peligrosa.
Ahora los términos se colocan a la inversa de la primera teoría: primero se genera angustia en el yo y como consecuencia se produce la represión. Es decir, el Yo advierte que la exigencia de la libido provocaría una situación peligrosa, con lo que entra en juego el automatismo del principio de placer-displacer, que lleva entonces a cabo la represión. La represión resulta ser una defensa contra la angustia.
Esto quiere decir que la angustia ya no es un fenómeno energético, sino que tiene una función, la de señalar que hay una proximidad a una cosa, que Freud llama situación peligrosa. El modelo energético se desplaza a una carga, que es una constante, donde la pulsión genera en el yo una señal.
La angustia se vive, entonces, en dos niveles. Un nivel, se puede decir, tiene que ver con los objetos del mundo, un mundo poblado de imágenes, de seres, de objetos que consumimos, etc., y que indudablemente se pueden perder. Estos objetos que intervienen en la situación peligrosa, Freud dice que deben tener un interés libidinal para el sujeto. Y en otro nivel, el trauma, que remite al objeto que no hay. Entonces, Freud señala que esta vida pulsional ocurre en la repetición.
La situación peligrosa evoca una situación traumática referida a una pérdida. Entonces Freud se encuentra con que tiene que apelar a una anterioridad, donde hubo un objeto que se perdió. El problema epistemológico planteado es pensar que hubo alguna vez un objeto adecuado a la pulsión. Para responder este punto Freud recurre al mito, en tanto el mito remite a una verdad referencial -que por el hecho de no poder ser formulada por eso es mitológica- es decir, absoluta. Hay que observar que cuando sigue la propuesta biológica de Rank en su trauma del nacimiento, la referencia al mito le sirve para señalar que su valor traumático le viene de ser la reproducción de una verdad sobre la que no hay explicación, por eso es traumático.
La vida pulsional
La repetición tiene la forma de una obsesión a repetir, como si fuera una idea que se impone volver a hacerlo y lo liga con la compulsión a la repetición, que era un fenómeno observable desde la clínica.
Con el concepto de pulsión, Freud introduce la diferencia entre lo instintivo, propio del mundo animal, de lo pulsional, propio del hombre. Antes de esta novedad de Freud, se tenía la idea de que el hombre era esclavo de sus instintos, al igual que los animales, y que a la merced de sus instintos, el hombre se comportaba como un ser irracional. Es decir, lo instintual era la parte irracional del hombre. También se partía de la idea, de que el hombre era capaz de controlar esa fuerza irracional o escapar a dicha fuerza.
En cambio, para Freud la pulsión es una fuerza constante que actúa todo el tiempo. Por lo tanto, parte desde el interior del organismo, y donde la fuga es ineficaz para su supresión.
Freud nos dice que, las pulsiones se encuentran “compuestas” de:
Entonces, los componentes esenciales de la pulsión, fuente, exigencia de trabajo, objeto, fin, nos lleva a hacer una diferencia con el concepto de instinto: la pulsión no posee un objeto predeterminado por la naturaleza, sino que éste es cambiante y esto nos permite hablar de los destinos de la pulsión. Su finalidad es la satisfacción, mientras que el instinto sirve a alguna finalidad útil para la supervivencia o reproducción de la especie.
Por lo tanto, podemos decir que, la cualidad de la pulsión es la de poder cambiar de fin y objeto, por no estar determinada de forma innata, sino gozar de una plasticidad e indeterminación que le posibilitarán una estructuración humana que la haga capaz de alcanzar la meta real, pero corriendo al mismo tiempo el riesgo de posibles fijaciones o desviaciones.
Es la prueba más fiel de que este empuje pulsional en búsqueda de la satisfacción, puede entrar en contradicción con el placer o el bien del individuo, incluso hasta el punto de comprometer su existencia. Los ejemplos de esta verdad freudiana, es la anorexia o las toxicomanías. Una paradoja esencial que hay que entender es que la pulsión no tiene objeto porque se satisface en su propio recorrido, es decir no se satisface en el objeto droga, por ejemplo, no se satisface en la cocaína, paradójicamente se satisface en el hecho, de que alguien no encuentra en la cocaína la satisfacción que buscaba, entonces tenemos el fracaso del encuentro con el objeto y eso es la repetición, el fracaso del encuentro.
¿Qué relación hay entre la angustia y la pulsión, entonces? La angustia fue el encuentro con la falta de un objeto, y la pulsión es el fracaso del encuentro también. Es una experiencia de desencuentros, pero porque responde a la estructura del objeto que falta en esa relación entre el sujeto y el inconsciente.
Para finalizar, destacaremos del texto de 1932, La angustia y la vida pulsional, que Freud concluye diciendo que no existen seres desangustiados, libres de angustia. Sería un error pensar que un análisis va a curar la angustia, lo que puede hacer un analista, es ceder un poco, hacer ceder o no, al objeto que causa la angustia. Entonces, lo que puede es que la angustia, señal del yo, sea la señal que Lacan transforma en un signo de deseo, es decir, lo que le está señalando que ahí se aproxima algo de su deseo.
Este título remite a una conferencia de Freud, de la serie las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, escritas en 1932. Esas nuevas conferencias retoman otras anteriores, las Conferencias de introducción al psicoanálisis que habían sido impartidas en 1916. Freud se dirige a un público amplio, a un público de no analistas, pero esta vez con la particularidad que no fueron un discurso hablado, porque en ese momento Freud tiene un cáncer de mandíbula y no podía hablar. De modo que en verdad son escritos, aunque mantienen el tono y la retórica oral.
En la primera serie de conferencias habla de la angustia solamente. Pero en esta segunda añade algo más, añade las pulsiones, y no como un simple añadido, sino porque si la angustia tiene que ver con algo es con lo que llama la vida pulsional.
¿Qué conexión hay entre la angustia y las pulsiones? Ambas expresan algo de la condición humana más allá de una existencia vital, aquello que nos recuerda que no estamos en el mundo animal, y que nos hace saber que nos encontramos en un punto que se nos escapa. Por eso Freud sostiene que se trata de los problemas más difíciles que se nos plantean en la experiencia analítica, al mismo tiempo que son los fenómenos más frecuentes y familiares que suscitan interrogantes.
La angustia, puede ser esa inquietud que nos asalta por las mañanas, una ligera opresión en el pecho o en la boca del estómago, sentirse a punto de caer fulminado por un síncope o tener la impresión de estar volviéndose loco. Con la pulsión estamos en la manifestación de un ¡no puedo dejar de hacer tal cosa!, por ejemplo no poder resistirse a comer más de lo debido; por lo que se trata de un hacer, un actuar, hasta el punto que implica gobernar una vida.
La angustia y las pulsiones involucran el cuerpo, pero no es el cuerpo de la biología como cuerpo somático o cuerpo neuronal, donde la angustia puede ser tomada como un trastorno, un error de percepción o perturbación del sistema nervioso que se prefiere denominar ansiedad. O, por lo que hace a la vida pulsional es entendida como correlato del instinto, fuerza irracional que se intenta dominar por medios como la educación de lo que se llama estilos de vida.
Por otra vía, el psicoanálisis nos dice que se trata de un puro afecto que sólo puede ser captado como extraño, por el hecho que aparece desconectado de toda representación. Hay un cortocircuito entre el afecto y su representación. Una experiencia absolutamente individual y subjetiva que atenta contra nuestro equilibrio, pero que no deja de concernirnos en lo más íntimo de nuestro ser. Su tratamiento pasa por el esfuerzo de intentar reconocer su causa y qué nos está queriendo decir de aquello que desconocemos de nosotros mismos, que no es otra cosa que el inconsciente.
Estas nociones se encuentran ampliamente interrelacionadas con el concepto de real introducido por Lacan. Con la noción de real, como función opuesta a la del significante, Lacan va a decir que eso ante lo cual la angustia opera es para el hombre algo “necesario”, es del orden de lo irreductible de ese real.
Dos teorías de la angustia
En la Conferencia 32 Freud se refiere a la diferencia entre “angustia realista” y “angustia neurótica”. La primera es una reacción que nos parece lógica en relación a un peligro exterior. Es un estado de atención sensorial incrementada y tensión motriz, a partir de la que se desarrolla la reacción de angustia, como respuesta a un peligro concreto. A este tipo de angustia la llamamos miedo.
Por su parte, la angustia neurótica, que es la que verdaderamente le interesa a Freud, la pone en relación con ciertos cuadros clínicos diciendo que encuentra tres clases de constelaciones. Primero, un estado de angustia libre, pronta a enlazarse de manera pasajera con cada nueva posibilidad que emerja (angustia expectante). Segundo, ligada a contenidos de representación en las fobias, donde hay un vínculo con un peligro externo, pero la angustia es desmedida. Tercero, la angustia en la histeria, que acompaña a síntomas o emerge independientemente como ataque o como estado de prolongada permanencia, sin que se descubra fundamento en un peligro exterior.
En todos estos casos la pregunta es ¿A qué se le tiene “miedo” en la angustia neurótica? Freud tiene un esquema en un primer momento que es un esquema energético, donde la libido se distribuye por las instancias psíquicas; es una energía que puede conectarse con el inconsciente. Freud concluye que la angustia es una transmudación de la libido no aplicada: es decir, que ha obrado la represión sobre una moción de deseo, y que el monto de energía psíquica o libido ligada a esa representación reprimida -que necesariamente debe ser descargado- pasa a la conciencia como angustia. En esto Freud concluye que a “aquello a lo cual se tiene miedo es, evidentemente, la propia libido. La diferencia con la situación de la angustia realista reside en dos puntos: que el peligro es interno en vez de externo, y que no se discierne conscientemente”.
La segunda teoría de la angustia viene a raíz de profundizar en la descripción del aparato psíquico y los conceptos de principio de placer y displacer, así como las nociones de pulsión de vida y pulsión de muerte. Se referirá a la posición especial que tiene el sistema Consciente, que también recibe los estímulos que proceden del interior pero tratándolos como si fueran externos.
A partir de la diferenciación de los tres sistemas de la segunda tópica, se produce un giro fundamental ya que sostiene que el Yo es la única sede de la angustia. Ya no se trata de que la libido reprimida se descarga como angustia sino de que la angustia parte del Yo. Con esta nueva orientación ha pasado también a primer término la función de la angustia como señal anunciadora de una situación peligrosa.
Ahora los términos se colocan a la inversa de la primera teoría: primero se genera angustia en el yo y como consecuencia se produce la represión. Es decir, el Yo advierte que la exigencia de la libido provocaría una situación peligrosa, con lo que entra en juego el automatismo del principio de placer-displacer, que lleva entonces a cabo la represión. La represión resulta ser una defensa contra la angustia.
Esto quiere decir que la angustia ya no es un fenómeno energético, sino que tiene una función, la de señalar que hay una proximidad a una cosa, que Freud llama situación peligrosa. El modelo energético se desplaza a una carga, que es una constante, donde la pulsión genera en el yo una señal.
La angustia se vive, entonces, en dos niveles. Un nivel, se puede decir, tiene que ver con los objetos del mundo, un mundo poblado de imágenes, de seres, de objetos que consumimos, etc., y que indudablemente se pueden perder. Estos objetos que intervienen en la situación peligrosa, Freud dice que deben tener un interés libidinal para el sujeto. Y en otro nivel, el trauma, que remite al objeto que no hay. Entonces, Freud señala que esta vida pulsional ocurre en la repetición.
La situación peligrosa evoca una situación traumática referida a una pérdida. Entonces Freud se encuentra con que tiene que apelar a una anterioridad, donde hubo un objeto que se perdió. El problema epistemológico planteado es pensar que hubo alguna vez un objeto adecuado a la pulsión. Para responder este punto Freud recurre al mito, en tanto el mito remite a una verdad referencial -que por el hecho de no poder ser formulada por eso es mitológica- es decir, absoluta. Hay que observar que cuando sigue la propuesta biológica de Rank en su trauma del nacimiento, la referencia al mito le sirve para señalar que su valor traumático le viene de ser la reproducción de una verdad sobre la que no hay explicación, por eso es traumático.
La vida pulsional
La repetición tiene la forma de una obsesión a repetir, como si fuera una idea que se impone volver a hacerlo y lo liga con la compulsión a la repetición, que era un fenómeno observable desde la clínica.
Con el concepto de pulsión, Freud introduce la diferencia entre lo instintivo, propio del mundo animal, de lo pulsional, propio del hombre. Antes de esta novedad de Freud, se tenía la idea de que el hombre era esclavo de sus instintos, al igual que los animales, y que a la merced de sus instintos, el hombre se comportaba como un ser irracional. Es decir, lo instintual era la parte irracional del hombre. También se partía de la idea, de que el hombre era capaz de controlar esa fuerza irracional o escapar a dicha fuerza.
En cambio, para Freud la pulsión es una fuerza constante que actúa todo el tiempo. Por lo tanto, parte desde el interior del organismo, y donde la fuga es ineficaz para su supresión.
Freud nos dice que, las pulsiones se encuentran “compuestas” de:
- Una fuente, que es la zona del cuerpo desde donde brota la pulsión (boca, ano).
- Un empuje: que es la magnitud de excitación puesta en juego por el movimiento pulsional, su “carga”.
- Un objeto: que es aquello hacia donde se dirige el movimiento pulsional y que tiene un carácter extremadamente variable.
- Un fin: constituido por la satisfacción, que siempre se realiza y que sucede en la propia fuente, en un movimiento de retorno.
Entonces, los componentes esenciales de la pulsión, fuente, exigencia de trabajo, objeto, fin, nos lleva a hacer una diferencia con el concepto de instinto: la pulsión no posee un objeto predeterminado por la naturaleza, sino que éste es cambiante y esto nos permite hablar de los destinos de la pulsión. Su finalidad es la satisfacción, mientras que el instinto sirve a alguna finalidad útil para la supervivencia o reproducción de la especie.
Por lo tanto, podemos decir que, la cualidad de la pulsión es la de poder cambiar de fin y objeto, por no estar determinada de forma innata, sino gozar de una plasticidad e indeterminación que le posibilitarán una estructuración humana que la haga capaz de alcanzar la meta real, pero corriendo al mismo tiempo el riesgo de posibles fijaciones o desviaciones.
Es la prueba más fiel de que este empuje pulsional en búsqueda de la satisfacción, puede entrar en contradicción con el placer o el bien del individuo, incluso hasta el punto de comprometer su existencia. Los ejemplos de esta verdad freudiana, es la anorexia o las toxicomanías. Una paradoja esencial que hay que entender es que la pulsión no tiene objeto porque se satisface en su propio recorrido, es decir no se satisface en el objeto droga, por ejemplo, no se satisface en la cocaína, paradójicamente se satisface en el hecho, de que alguien no encuentra en la cocaína la satisfacción que buscaba, entonces tenemos el fracaso del encuentro con el objeto y eso es la repetición, el fracaso del encuentro.
¿Qué relación hay entre la angustia y la pulsión, entonces? La angustia fue el encuentro con la falta de un objeto, y la pulsión es el fracaso del encuentro también. Es una experiencia de desencuentros, pero porque responde a la estructura del objeto que falta en esa relación entre el sujeto y el inconsciente.
Para finalizar, destacaremos del texto de 1932, La angustia y la vida pulsional, que Freud concluye diciendo que no existen seres desangustiados, libres de angustia. Sería un error pensar que un análisis va a curar la angustia, lo que puede hacer un analista, es ceder un poco, hacer ceder o no, al objeto que causa la angustia. Entonces, lo que puede es que la angustia, señal del yo, sea la señal que Lacan transforma en un signo de deseo, es decir, lo que le está señalando que ahí se aproxima algo de su deseo.
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