Ninguna sociedad se ha preocupado tanto por las
víctimas como la nuestra. A pesar que su presencia ha sido continuada en toda
la historia de la humanidad, su protección sólo empieza a cobrar relieve desde
el siglo pasado. El lugar de atención que nuestra época presta a las víctimas,
no es ajeno a la promoción de darles la palabra y de ser escuchadas, a modo de
lucha contra su olvido e invisibilidad.
Supuestamente hablar hace bien, hablar sería
entendido como efecto supuestamente liberador. Dar la palabra a la víctima,
como instrumento de bienestar, como recurso potencialmente reparador de su
situación.
Éste es un punto que convoca a los psicoanalistas,
en tanto se considera que el psicoanálisis se funda en la escucha y la palabra.
Como lo señala Jacques Alain Miller[1], el psicoanálisis en algo
es responsable de ello, pero es necesario ubicar el uso que en el discurso
analítico tiene la palabra, puesto que hace de ella un uso particular.
Víctima y discurso
Para algunos estudiosos, el origen de la víctima
remite a un acto fundacional de la comunidad, por el desplazamiento de la
violencia de unos contra otros a una sola persona, que desempeñaría la función
de chivo expiatorio[2]. Este acto fundador se transformaría
con el paso del tiempo en un rito religioso, conectando la violencia con lo
sagrado a través del mecanismo victimario[3].
La relación entre la víctima y lo sagrado pervive
en el diccionario[4] como la acepción más
común del término hasta su secularización, en el que se pone de relieve el
papel pasivo de la víctima, así como su presunción de inocencia.
No será hasta bien entrado el siglo XX que el
estatuto jurídico de la víctima se hace objeto de estudio, de la mano de
Hansvon Hentig y Benjamin Mendelsonh, quienes fundan la victimología[5] —vocablo acuñado por el
segundo—, ciencia penal cuyo principal interés es descubrir por qué y en
qué circunstancias las personas se convierten en víctimas de los delitos y el
grado de inocencia o culpabilidad que se les puede atribuir.
Por otra parte la ONU[6] se ha preocupado también
por la defensa de los derechos de las víctimas en todas las tipologías
aisladas, pudiendo ser la víctima individual o colectiva. Se produce así una
colectivización masiva, extendiendo los rasgos de identificación del objeto
víctima a grupos o comunidades más o menos amplias.
Víctima e identificación
En nuestras sociedades proliferan los sujetos que
se hacen nombrar como víctimas, que se sienten víctimas, o que incluso se
prestan a colectivizarse bajo modos de identificación comunes. Es una tendencia
social, que cuando se pone de manifiesto en la clínica plantea el reto de cómo
realizar una torsión que permita alcanzar la particularidad subjetiva que
oculta una identificación masiva.
En el discurso analítico no se trata ni de
cuestionarios ni de un protocolo que se le ofrecería al sujeto para la
resolución de un conflicto, sino del despliegue libre de su palabra. Pero esto
mismo nos advierte a donde puede llegar el despliegue de la palabra, ella puede
convertirse en una conversación entre débiles donde todo es opinable o todo
puede ser dicho sin que esa palabra haga acto. En el discurso analítico la
palabra compromete. Situarse en un discurso no es lo mismo que tomar la
palabra.
Jacques Alain Miller manifiesta que lo que se
explota hoy metódicamente, incluso con conocimiento de causa es el “(...) dar
satisfacción haciendo hablar y escuchando. Esto es lo que se le sustrajo al
psicoanálisis. Por esa vía, privilegiando lo que la palabra comporta de
satisfacción, se desató el lazo de la palabra con la verdad".
Subvertido su instrumento, ¿cómo depura el analista
de hoy el valor de una escucha?
Así, el significante víctima puede venir al lugar
de rasgo identificatorio. Como lo recuerda Margarita Álvarez[7],
identificarse a la víctima puede ser la manera como un sujeto tome la palabra.
A veces, un sujeto puede hacer un uso del significante “víctima”, por ejemplo,
para empezar a separarse del encuentro con un goce devastador y ponerse así del
lado de la vida.
En efecto, el psicoanálisis no trabaja sobre el
sufrimiento, como la psicología, sino sobre el goce. Escuchar el goce no obvia
el sufrimiento, por supuesto, sino que lleva a leer lo que el sujeto escribe
sin saberlo –repetición, pulsión de muerte.
Lacan promovió el valor de la escucha y luego se
tuvo que rectificar. Luego, lo más significativo fue el leer. No escuchar el
significado, sino lo que se lee en lo que se escucha. El psicoanálisis hace de
la escucha un elemento de lectura.
Víctima y sujeto
El discurso analítico excluye hacer de cualquier
sujeto una víctima, pues el concepto de sujeto es excluyente con el de víctima.
Para el psicoanálisis, el sujeto adviene a través
de la palabra y en particular en los fallos de ese decir, donde se hace lugar a
una verdad. Eso no está calculado en ningún protocolo. El sujeto del
inconsciente adviene en los fallos de la palabra que es donde se aprehende la
verdad que nunca es toda, es medio dicha inconsciente, e imprevista.
Se trata de conectar a la persona con aquello de
dice, con su decir. De modo que el decir resulte un acontecimiento. Por
supuesto esto puede venir de muchas maneras, pero va a ser la prueba del acto
del analista. Se trata del manejo de la transferencia de acuerdo al tiempo de
la pulsación del inconsciente que opera como agente de la subjetivación.
El discurso analítico permite una apertura a la
dimensión fantasmática que se encuentra a veces en juego en la posición de la víctima.
Esta dimensión fantasmática no quita nada al hecho que un sujeto haya podido
encontrarse en posición de objeto de goce de otro. Permite más bien situar los
efectos que este encuentro traumático ha tenido en el sujeto, incluso a veces
la parte que este ha tomado, cuando es el caso, en este mal encuentro.
La clínica analítica es una clínica siempre del uno
por uno. Y la única dignidad que podemos “dar” a un sujeto es tratarlo como
tal, concederle su lugar y su tiempo para que en algún momento pueda advenir,
es decir, responder.
Víctima y responsabilidad
Como psicoanalistas no desconocemos el sufrimiento
que implican los fenómenos de violencia pero nuestra orientación hacia lo real
implica pensar al ser hablante como responsable –el que puede responder de sus
hechos y dichos- más que como sujeto pasivo.
¿Responsable, entonces, de qué? En primer lugar, de
sus propias palabras. Esta definición de responsabilidad implica la
transferencia, como puesta en función de la escucha, donde dicho y decir se
distinguen.
La responsabilidad subjetiva es singular y el sujeto
es responsable del consentimiento que le otorgó al otro. Pero esto último no se
confunde, por ejemplo, con la responsabilidad jurídica que por ley está tipificada para cualquier sujeto que comete un delito. Un
campo no recubre el otro.
La política del síntoma consiste en, más allá del
bien, extraer la soberanía incluida en toda posición subjetiva. La soberanía
del síntoma, su capacidad de creación, es incompatible con el victimismo.
[1] Jacques –Alain Miller. El lugar
y el lazo.
[2] Chivo expiatorio era el macho
cabrío que elsacerdote sacrificaba por los pecados de los israelitas. Y por
extensión, se refiere a cualquier persona o animal que cumple con esta
función.
[3] René Girard. La violència y lo sagrado. Anagrama,
2005
[4] http://lema.rae.es/drae/ La
primera vez que la Real Academia Española recoge el significado de “víctima”fue
en su Academia de Autoridades 1739, y lo hace en los siguientes
términos: 1. “La ofrenda viva que se sacrifca y mata en el sacrifcio”. 2. Por
traslación significa “aquello que se expone u ofrece a algún grave riesgo en
obsequio de otro”. Años después, en su Academia usual de 1780 y 1803 el
signifcado permanece invariable. Es hasta el año de 1843 cuando a la segunda
acepción transcrita se le añade: 3. “o padece algún daño por culpa ajena”.
La defnición permaneció sin cambios hasta elDiccionario de la Academia usual de
1914, en donde elañadido que se había hecho anteriormente se separa de la
segunda acepción y se convierte en una nueva: “Persona que padece daño por
culpa ajena”. En su versión de 1925, agrega a la tercera acepción: “o por
causa fortuita”, manteniéndose de esta manera hasta el año 2001, cuando el
Diccionario de la Real Academia Española recogió un nuevo significado: “Persona
que muere por culpa ajena o por accidente fortuito”. Por último, en los
avances de la 23a. ed., delDiccionario de la Real Academia Española (DRAE) se
agrega una nueva acepción netamente jurídica: “Persona que padece las
consecuencias dañosas de un delito”.
[5] Ver: Miquel Bassols, Victimología,
en ...
[6] Ver Declaración de la Naciones
Unidas de 1985, sobre los principios básicos de justícia para las víctimes del
crimen y de abuso de poder: “Se entenderá por "víctimas" las
personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive
lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o
menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de
acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados
Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder”.
[7] Margarita Álvarez. Sobre la
dignidad de la víctima. Palabra y silencio. En ...
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