16 de juliol del 2015

Victima. Dar lugar y tiempo



Ninguna sociedad se ha preocupado tanto por las víctimas como la nuestra. A pesar que su presencia ha sido continuada en toda la historia de la humanidad, su protección sólo empieza a cobrar relieve desde el siglo pasado. El lugar de atención que nuestra época presta a las víctimas, no es ajeno a la promoción de darles la palabra y de ser escuchadas, a modo de lucha contra su olvido e invisibilidad.
Supuestamente hablar hace bien, hablar sería entendido como efecto supuestamente liberador. Dar la palabra a la víctima, como instrumento de bienestar, como recurso potencialmente reparador de su situación.





Éste es un punto que convoca a los psicoanalistas, en tanto se considera que el psicoanálisis se funda en la escucha y la palabra. Como lo señala Jacques Alain Miller[1], el psicoanálisis en algo es responsable de ello, pero es necesario ubicar el uso que en el discurso analítico tiene la palabra, puesto que hace de ella un uso particular.


Víctima y discurso

Para algunos estudiosos, el origen de la víctima remite a un acto fundacional de la comunidad, por el desplazamiento de la violencia de unos contra otros a una sola persona, que desempeñaría la función de chivo expiatorio[2]. Este acto fundador se transformaría con el paso del tiempo en un rito religioso, conectando la violencia con lo sagrado a través del mecanismo victimario[3].

La relación entre la víctima y lo sagrado pervive en el diccionario[4] como la acepción más común del término hasta su secularización, en el que se pone de relieve el papel pasivo de la víctima, así como su presunción de inocencia.

No será hasta bien entrado el siglo XX que el estatuto jurídico de la víctima se hace objeto de estudio, de la mano de Hansvon Hentig y Benjamin Mendelsonh, quienes fundan la victimología[5] —vocablo acuñado por el segundo—, ciencia penal cuyo principal interés es descubrir por qué y en qué circunstancias las personas se convierten en víctimas de los delitos y el grado de inocencia o culpabilidad que se les puede atribuir.

Por otra parte la ONU[6] se ha preocupado también por la defensa de los derechos de las víctimas en todas las tipologías aisladas, pudiendo ser la víctima individual o colectiva. Se produce así una colectivización masiva, extendiendo los rasgos de identificación del objeto víctima a grupos o comunidades más o menos amplias.

Víctima e identificación

En nuestras sociedades proliferan los sujetos que se hacen nombrar como víctimas, que se sienten víctimas, o que incluso se prestan a colectivizarse bajo modos de identificación comunes. Es una tendencia social, que cuando se pone de manifiesto en la clínica plantea el reto de cómo realizar una torsión que permita alcanzar la particularidad subjetiva que oculta una identificación masiva.

En el discurso analítico no se trata ni de cuestionarios ni de un protocolo que se le ofrecería al sujeto para la resolución de un conflicto, sino del despliegue libre de su palabra. Pero esto mismo nos advierte a donde puede llegar el despliegue de la palabra, ella puede convertirse en una conversación entre débiles donde todo es opinable o todo puede ser dicho sin que esa palabra haga acto. En el discurso analítico la palabra compromete. Situarse en un discurso no es lo mismo que tomar la palabra.

Jacques Alain Miller manifiesta que lo que se explota hoy metódicamente, incluso con conocimiento de causa es el “(...) dar satisfacción haciendo hablar y escuchando. Esto es lo que se le sustrajo al psicoanálisis. Por esa vía, privilegiando lo que la palabra comporta de satisfacción, se desató el lazo de la palabra con la verdad".

Subvertido su instrumento, ¿cómo depura el analista de hoy el valor de una escucha?

Así, el significante víctima puede venir al lugar de rasgo identificatorio. Como lo recuerda Margarita Álvarez[7], identificarse a la víctima puede ser la manera como un sujeto tome la palabra. A veces, un sujeto puede hacer un uso del significante “víctima”, por ejemplo, para empezar a separarse del encuentro con un goce devastador y ponerse así del lado de la vida.

En efecto, el psicoanálisis no trabaja sobre el sufrimiento, como la psicología, sino sobre el goce. Escuchar el goce no obvia el sufrimiento, por supuesto, sino que lleva a leer lo que el sujeto escribe sin saberlo –repetición, pulsión de muerte.

Lacan promovió el valor de la escucha y luego se tuvo que rectificar. Luego, lo más significativo fue el leer. No escuchar el significado, sino lo que se lee en lo que se escucha. El psicoanálisis hace de la escucha un elemento de lectura.

Víctima y sujeto

El discurso analítico excluye hacer de cualquier sujeto una víctima, pues el concepto de sujeto es excluyente con el de víctima.

Para el psicoanálisis, el sujeto adviene a través de la palabra y en particular en los fallos de ese decir, donde se hace lugar a una verdad. Eso no está calculado en ningún protocolo. El sujeto del inconsciente adviene en los fallos de la palabra que es donde se aprehende la verdad que nunca es toda, es medio dicha inconsciente, e imprevista.

Se trata de conectar a la persona con aquello de dice, con su decir. De modo que el decir resulte un acontecimiento. Por supuesto esto puede venir de muchas maneras, pero va a ser la prueba del acto del analista. Se trata del manejo de la transferencia de acuerdo al tiempo de la pulsación del inconsciente que opera como agente de la subjetivación.

El discurso analítico permite una apertura a la dimensión fantasmática que se encuentra a veces en juego en la posición de la víctima. Esta dimensión fantasmática no quita nada al hecho que un sujeto haya podido encontrarse en posición de objeto de goce de otro. Permite más bien situar los efectos que este encuentro traumático ha tenido en el sujeto, incluso a veces la parte que este ha tomado, cuando es el caso, en este mal encuentro.

La clínica analítica es una clínica siempre del uno por uno. Y la única dignidad que podemos “dar” a un sujeto es tratarlo como tal, concederle su lugar y su tiempo para que en algún momento pueda advenir, es decir, responder.

Víctima y responsabilidad

Como psicoanalistas no desconocemos el sufrimiento que implican los fenómenos de violencia pero nuestra orientación hacia lo real implica pensar al ser hablante como responsable –el que puede responder de sus hechos y dichos- más que como sujeto pasivo.

¿Responsable, entonces, de qué? En primer lugar, de sus propias palabras. Esta definición de responsabilidad implica la transferencia, como puesta en función de la escucha, donde dicho y decir se distinguen.

La responsabilidad subjetiva es singular y el sujeto es responsable del consentimiento que le otorgó al otro. Pero esto último no se confunde, por ejemplo, con la responsabilidad jurídica que por ley está tipificada para cualquier sujeto que comete un delito. Un campo no recubre el otro.
La política del síntoma consiste en, más allá del bien, extraer la soberanía incluida en toda posición subjetiva. La soberanía del síntoma, su capacidad de creación, es incompatible con el victimismo.






[1]  Jacques –Alain Miller. El lugar y el lazo.
[2]  Chivo expiatorio era el macho cabrío que elsacerdote sacrificaba por los pecados de los israelitas. Y por extensión, se refiere a cualquier persona o animal que cumple con esta función.
[3]  René Girard.  La violència y lo sagrado. Anagrama, 2005
[4]   http://lema.rae.es/drae/  La primera vez que la Real Academia Española recoge el significado de “víctima”fue en su Academia de Autoridades 1739, y lo hace en los siguientes términos: 1. “La ofrenda viva que se sacrifca y mata en el sacrifcio”. 2. Por traslación significa “aquello que se expone u ofrece a algún grave riesgo en obsequio de otro”. Años después, en su Academia usual de 1780 y 1803 el signifcado permanece invariable. Es hasta el año de 1843 cuando a la segunda acepción transcrita se le añade: 3. “o padece algún daño por culpa ajena”. La defnición permaneció sin cambios hasta elDiccionario de la Academia usual de 1914, en donde elañadido que se había hecho anteriormente se separa de la segunda acepción y se convierte en una nueva: “Persona que padece daño por culpa ajena”. En su versión de 1925, agrega a la tercera acepción: “o por causa fortuita”, manteniéndose de esta manera hasta el año 2001, cuando el Diccionario de la Real Academia Española recogió un nuevo significado: “Persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito”. Por último, en los avances de la 23a. ed., delDiccionario de la Real Academia Española (DRAE) se agrega una nueva acepción netamente jurídica: “Persona que padece las consecuencias dañosas de un delito”.
[5] Ver: Miquel Bassols, Victimología, en ...
[6] Ver Declaración de la Naciones Unidas de 1985, sobre los principios básicos de justícia para las víctimes del crimen y de abuso de poder: “Se entenderá por "víctimas" las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente en los Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder”.
[7]   Margarita Álvarez. Sobre la dignidad de la víctima. Palabra y silencio. En ...

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